Marcelo Ducart
Conducción Deportiva. ¿Qué suma más el liderazgo o el conocimiento?
¿Líderes y/o sabios? Se necesita mucho más que complementariedad para integrar teoría y práctica en cualquier proceso deportivo. El aprendizaje constante de los propios errores potencia los entornos para la mejor toma de decisiones.

En una era en la que la discontinuidad es la única constante, la capacidad de liderar sabiamente cualquier proceso humano es un desafío sin igual. No es sólo la incertidumbre lo que suele paralizar la rápida toma de decisiones. A muchos les resulta difícil reinventar sus estrategias con la suficiente rapidez para hacer frente a las nuevas tecnologías, los cambios en el juego y las tendencias de moda.
El abismo entre la teoría y la práctica del entrenamiento y la conducción deportiva existe por varias razones: hay una gran diferencia entre lo que predica o divulga y lo que hace realmente en los equipos. Hay una tendencia filosófica en Occidente, siguiendo a Platón, a concluir que si una teoría no funciona, debe haber algo malo con la realidad. Las personas se comportan diferente cuando forman parte de equipos u otro tipo de organizaciones. Además se le suma que en situaciones normales se comportan de manera diferente que bajo estrés competitivo.
Un buen equipo técnico siempre insistirá en la pregunta esencial: «¿Adónde vamos tal como estamos?» «¿Quién gana, quién pierde, y por qué causas?» «¿Es deseable este modo de conducción?» «¿Qué debemos hacer al respecto?» Para que un Director deportivo pueda sumar liderazgo a su tarea, deberá hacer frente a estas innumerables presiones que se vuelven interrogantes de resolución conflictiva. El conocimiento es más crítico que nunca. Y en tal sentido, el conocimiento intelectual y las destrezas técnicas son importantes, pero la inteligencia emocional es la condición sine qua non del liderazgo.
APRENDER CADA VEZ MEJOR DEL ERROR
El verdadero liderazgo del conocimiento, trata de probar la píldora azul del error asumido y superado. Meter la pata, como se suele decir vulgarmente, es convertir los hechos negativos en experiencias positivas. La ciencia se sustenta en el fallo como unidad básica para el avance, es el motor del progreso. Experimentar no es otra cosa que poner a prueba hipótesis sobre las que no se tiene ninguna certeza, comprobar sobre el terreno su validez o no, para confirmarlas, refutarlas o ir introduciendo nuevas variantes con cada premisa fallada hasta dar con la solución. A veces, interminablemente y sin llegar a ningún resultado satisfactorio. Esa capacidad para extraer aprendizajes del error es uno de los rasgos que mejor distinguen a la especie humana de los animales. Se trata de algo que aprendemos desde muy pequeños, cuando empezamos a balbucear palabras por repetición, y maltratamos el idioma aplicándolo de manera intuitiva, hasta que lo vamos puliendo poco a poco gracias de las cariñosas correcciones de los adultos de nuestro entorno.
Nadie nace ya sabiéndolo todo. Siempre se aprender e insistir. Caerse para levantarse más fuerte y más sabio. Las personas inteligentes se recuperan rápidamente de un error; de lo que es más difícil recuperarse es de un éxito. El problema está en que, a medida que crecemos, vamos perdiendo esa inocencia que nos hacía invulnerables ante el error y nos inmunizaba frente a los juicios de los demás cuando tropezábamos. Cuando éramos osados y nos atrevíamos a equivocarnos porque sentíamos que cada traspiés servía para reinventarnos en una versión más avanzada de nosotros mismos. Pero al llegar a la edad adulta, en cuanto alcanzamos un cierto grado de eso que se llama estatus, esa osadía muchas veces desaparece. De pronto, nos aterroriza equivocarnos porque pensamos que el error nos expone y nos hace vulnerable. Que seremos juzgados y sancionados por no tener ya, como nos hemos empeñado en demostrar una y otra vez, todas las respuestas correctas.
En un entorno incierto y volátil como es el deportivo, el error vuelve a ser el hábitat natural en el que se desenvuelven las personas de éxito. Sin nada permanente a lo que aferrarse, salvo la propia noción del cambio, el profesional deportivo se convierte en un jugador beta que vive y trabaja en continuo estado de experimentación. La gran diferencia respecto a etapas anteriores está en la velocidad. Vivimos una etapa dominada por la rapidez. En el actual escenario, lo que funciona operativamente es equivocarse pronto, para inmediatamente desechar aquello que no funciona y avanzar hasta el siguiente nivel de aprendizaje. La innovación no espera. Es un tren de alta velocidad que parte sin esperar a que la estación esté terminada ni las vías completamente tendidas. Los verdaderos avances se construyen sobre el terreno, aún con el cemento caliente, mediante el aprendizaje exprés que da el vértigo de saltar al vació sin red. Solo se equivoca el inconformista, aquel que no se resigna a recorrer una y otra vez los mediocres caminos de lo ya testado y del resultado esperable. Ninguno de los grandes avances de la humanidad llegó sin arriesgar. A veces, todo. Porque los errores más provechosos se producen en la frontera de la consciencia. Son producto de imprevistos, de variables que no podemos controlar completamente y de ese desafío insondable que constituye cada nuevo territorio inexplorado.
Muchos de los grandes avances de la humanidad han sido producto de afortunadas casualidades, de nuevos caminos que se abren de manera sorpresiva. El cerebro debe estar atento a estas señales para aprender a leerlas, comprender sus causas y sus efectos, y adaptarse rápidamente a sus exigencias. Aprender a sacar provecho de esos cambios de rumbo y a convertirlos en nuevas opciones. Usar el error para ajustar y acertar la próxima vez. El error no se practica, sino dejaría de ser error para ser una irresponsabilidad. El error, tan solo, se comete, porque “se está en ello”, haciendo que algo pase.
ENTONCES, ¿QUÉ ES MÁS NECESARIO EL LIDERAZGO O LA SABIDURÍA?
Ambas cualidades son imprescindibles y además complementarias. Los líderes lidian con los problemas. Los sabios saben qué es lo que se puede hacer para resolverlos. Los sabios aciertan cómo pensar y qué se debe hacer. Los líderes aprenden a actuar influyendo sobre los demás. Los sabios se esfuerzan por hacer coincidir los pensamientos con las acciones. Los líderes privilegian las acciones para que los identifiquen con algunos pensamientos. Si a un sabio le falta la acción se convierte en un gurú iluminado por el fanatismo de sus prosélitos. Si a un líder le falta sabiduría se convierte en un tirano que vampiriza a los demás con sus imposiciones. Por todo esto, el mayor enemigo de la sabiduría es creer que no necesita probarse en las acciones. Y el mayor enemigo del liderazgo, es la ignorancia acerca de los saberes necesarios para actuar correctamente. Ambos se necesitan y se relacionan.
En otras palabras, saber mucho sobre algo no es un valor per se. Toma validez en el momento en que se comunica eficazmente, que se utiliza para formar equipos, liderar y lograr relaciones personales sustentables. Esto no significa desmerecer el conocimiento técnico que pueda tener una persona desde lo académico o desde la experiencia. Por el contrario, es un gran recurso, fundamental para gestionar eficazmente y lograr resultados.
Como síntesis del artículo, se señala que un buen equipo deportivo, lidera un ecosistema de aprendizaje colaborativo permanente desde el cual se construye, valida y evalúan todas las formas de conocimiento. Generando una cultura organizativa sin complejos, que sabe instaurar un clima de confianza en el que, en lugar de condenar o sancionar el error, se fomenta y anima a los integrantes a que propongan sus ideas y expresen abiertamente su punto de vista. La gran ventaja competitiva está en la ampliación de puntos de vista colaborativos en vez de la premiación de posiciones individualistas que se arrogan en exclusiva el derecho a alumbrar las mejores ideas.
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