Confesiones de un deportista
El deporte como escuela de vida ayuda a construir proyectos que van más allá de los resultados en la competencia
A veces cuando el deporte o las propias vivencias que lograba en una competencia, me desilusionaban, me propuse seguir adelante, muchas veces sin ver el final del camino. Me decía a mi mismo que lo verdaderamente malo era pretender construir una vida fundada sobre ilusiones y no sobre realidades. Los malos resultados o fracasos aparentes, también suelen contribuir a destruir lo superfluo de nosotros, hasta que queda solo lo importante.
Y cuando mi desempeño o trayectoria se estancaba y no avanzaba todo lo rápido que imaginaba, encaraba la depresión haciéndolo frente a los fantasmas del miedo, aceptando tiempo presente como algo valioso para construir futuro. Aprendí a fuego que la vida suele retirar lo que tenemos y no soltamos hasta que dejamos de quejarnos y comenzamos a agradecer. Muchas veces nos deja caer una y otra vez, hasta que te decidimos aprender finalmente la mejor lección. Nos saca del camino y nos presenta encrucijadas, hasta que dejamos de querer controlar el destino. Nos pone enemigos en el camino, hasta que dejamos de “reaccionar” defensivamente para descubrir y encontrar lo bueno que hay aún en lo malo. Nos asusta y sobresalta todas las veces que sean necesarias, hasta que recobramos la fe. Se ríe de nosotros tantas veces, hasta que dejamos de tomarnos todo tan en serio y nos reímos de nosotros mismos. Nos repite el mismo mensaje, incluso con gritos y bofetadas, hasta que por fin escuchamos su voz. Nos niega los milagros, hasta que comprendemos finalmente que todo es un milagro. Nos acorta el tiempo, para que nos apresuremos en aprender a vivir.
Hoy he aprendido que el deporte y la vida no me han dado todo lo que soñaba en mi juventud, sino mucho más. Me regaló lo que necesitaba para aprender a ser feliz en el camino.
(Inspirado en Berth Hellinger)
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