Marcelo Ducart
La oración en la vida del creyente
Fe, justicia y vida de oración

LA SED NOS ILUMINA.
Una pregunta acecha al creyente de todos los tiempos: ¿Por qué Dios se hace rogar? Acaso, ¿para ayudarnos a vencer el CAPRICHO de lo inmediato? O quizás, ¿para enseñarnos a hablar su lenguaje? Él habla no habla como nosotros, habla eternidad, Su palabra, su lenguaje, están impregnados de aquello que no tiene principio ni fin. De un para SIEMPRE. En cambio, nuestras palabras están revestidas de un YA, de un AQUÍ y un AHORA. Y todo nuestro lenguaje pertenece al presente. Apenas podemos bucear en el pasado y a duras penas, balbucear el futuro. En el Evangelio de este domingo (Lucas 18,1-8), Jesús enseña una parábola para recordarnos la necesidad de orar siempre sin desanimarnos. Dios no pide orar mucho sino siempre. Y finaliza la enseñanza vinculando la perseverancia de la oración con la fe.
En el centro del relato aparece una vez más una viuda como ejemplo y un juez injusto. Ella es tan pobre como indefensa, tanto que no tiene nada que perder. Ha superado el miedo al ridículo y no le importa el qué dirán, ni el tamaño de sus enemigos. Insiste a tiempo y destiempo. En el fondo y sin saberlo quiere aprender el idioma de Dios. Probando y repitiendo una y otra vez las letras que configuran la clave que abre la Providencia. No solo tiene que aprender a hablar, sino sobre todo a escuchar de un modo diferente las voces del Padre. Y para ello nada peor que el orgullo. El que no reclama, el que no insiste es porque en el fondo se siente autosuficiente. No necesita nada de los demás ni de Dios. Cree que todo lo puede conseguir por sí mismo. Deja enfriar la fe porque cree que no la necesita. Más tarde, hasta la oración se convertirá en un ritual sin sentido.
Luego de todo lo observado, Dios, ¿encontrará en nosotros un cachito de fe hasta tal punto de desear vivamente querer conversar con Él a pesar de sus ausencias y destiempos?
Marcelo